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Aprendiendo en Álava, pintxos de campeonato

Parece una actividad ociosa, pero lo cierto es que participar como jurado en un concurso profesional tiene su aquél. No sólo porque pasan delante tuyo más pintxos de los que pudieras comer en una sentada, sino porque allí, en esa pizarrita o capricho cerámico, se encierra el trabajo y las ilusiones de un cocinero por gustar y hacer algo nuevo y sorprendente, en principio para sus clientes, pero también para él, como loable afán de superación. Y esta cuestión tiene su responsabilidad.

Y esto viene porque he vivido la experiencia de evaluar los 24 mejores pintxos de Álava de 2017 en la semifinal del concurso provincial que se acaba de celebrar en Vitoria-Gasteiz.

Ante todo, es una experiencia única y exclusiva. No sólo como cocinero, sino también como interesado y amante de la cocina y de la gastronomía.

Es además apasionante porque, como integrante de la profesión, siempre ves algo más allá del pintxo. Pasa por delante tuyo la declaración de intenciones del concursante, lo resuelto y lo que ha quedado aún pendiente de la natural evolución, contrastes, matices y, sobre todo, la sensación de que en este trabajo siempre queda sitio para la imaginación, para la novedad y para regalar una sorpresa a quien sea.

Quizás por eso este trabajo de cocinero es fascinante. Y también por todo ello, ser miembro de un jurado de esta naturaleza es un absoluto privilegio.

Sí es cierto que de aquellos 8 finalistas que en el jurado que participé elegimos, sólo uno se llevó la gloria. Y realmente me alegro un montón, porque el pintxo es fascinante y el cocinero un buen amigo y colega de profesión; pero siempre hay que acordase de todo el trabajo de todos los participantes que cada año renuevan sus ilusiones por ganar, sabiendo que solo hay sitio para uno.

Así es que a todos ellos, muchísimas gracias por haberme concedido el honor de ser parte del evento y de obtener su respeto en las valoraciones. Y felicidades a todos.

Muchas gracias Vitoria-Gasteiz, muchas gracias Álava